viernes, 24 de diciembre de 2010

Navidad, ¿quién lo dice?

Tengo que daros una noticia, una noticia muy pero que muy importante: chicos, estaba equivocada.
Podéis empezar a borrar todas aquellas ideas tan difusas que os contaba hace semanas: el frío llega, y ¡vamos que si llega! Corre, vuela y navega sobre nosotros sin darnos tiempo a “abrirle la puerta en condiciones”, se filtra en nuestras manos, pies, orejas y narices y, para cuando nos queremos dar cuenta, no hay marcha atrás: tan solo unas marcas rojas como cicatrices en las próximas dos horas, si, pero una sensación de malestar que no te lo quitan ni veinte radiadores juntos.
Sé que os gusta el invierno: es blanco, liberal, luminoso y a la vez siniestro. Tiene ese “no sé qué” especial que nos engancha a  todos: las luces, la nieve, el frío y el no frío, la ilusión y esperanza, el creerte mejor y los catálogos de juguetes del “corte inglés”.
Es atractivo, nos atrapa con una bufanda de “cachemir” y al estar tan cómodos entre fleco y fleco no nos planteamos el salir fuera a “coger frío”.
¿y qué me decís de la iluminación característica de esta época del año?
mi amiga Lidia, por ejemplo, piensa que son especialmente repetitivas, que podrían cambiarlas de año en año para que las luces no resultaran tan evidentes. Otros vienen específicamente a Madrid a contemplar ese gran”espectáculo de colores”. Hay a quien les parecen cutres y otros, directamente, no opinan. Pero TODOS están de acuerdo en que, a día 24 de diciembre, el pasear por la calle carretas dirección puerta del sol, con un montón de bolsas en la mano de regalos, contemplando “papá noeles” de todos los colores y niños gritando y gente empujando, a las siete de la tarde, hace que una sonrisa se te pegue en la cara, y sin saber cómo se te mete dentro, convirtiendo toda ese agobio y mal humor en FELICIDAD, sí, en sincera felicidad.
¿y qué hay de mí? Pues os diré que tengo el árbol de navidad guardado en el trastero, y las figuritas del belén en cajas y cajas, todos los adornos y luces en el mueble de la entrada y ni siquiera me he molestado en poner el muérdago en mi habitación o una figura de “feliz navidad” en la puerta de mi casa. Y ¿por qué? Pues muy sencillo amigos: invierno tras invierno nos ilusionamos, convertimos toda esa frustración de exámenes en emoción navideña: cantamos villancicos hasta quedarnos afónicos, tenemos la muletilla de “feliz año” siempre en la boca, y nos pasamos cocinando y comiendo turrón y otros dulces. Y, ¿para qué? Para que alrededor de cada día diez de enero miremos hacia abajo y tan sólo veamos un montón de bolas del árbol rotas en el suelo y una barriga tan grande que no podemos llegar a contemplarnos los pies desde arriba. Nuestra época favorita del año ha pasado, se ha esfumado junto con la nieve y nos ha dejado “un regalito sin gracia”. Llamadme pesimista chicos, eso sí: vosotros disfrutad de la navidad. Comed, reíd, cantad y jugad, pero pensad, también que, dentro de diez o quince días, cuando comencéis a correr por el parque para superar la “operación polvorón” yo estaré en casa tranquilamente, escribiendo, escribiendo sobre... la primavera.

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