miércoles, 5 de enero de 2011

fragmentos de un todo, cachitos de puzle, piezas de vida.

Llegan luces a nuestros ojos, colores que nos deslumbran, emociones que nos ciegan y alegrías que, apurándolas al máximo, nos hacen vivir. Porque contamos los minutos, los vemos correr, y, a veces, hasta ir hacia atrás. Apuramos al máximo la taza de café, al fin y al cabo, nos ha costado un euro cincuenta, y nos gusta eso de tomarnos la última gota, el último bombón de la caja de nestlé, el posible día final, o el primero, quién sabe. A fecha de frío, nos sentimos bien a la luz del amanecer en un parque inundado de invierno, sin apenas inquietudes, con la mente en color “neutro” y la nariz “fresa ácida”, porque si, somos predecibles, predecibles pero, aun así, auténticamente fascinantes, las hojas caídas del almendro el uno de enero, desnudo y frío, con ese toque atractivo que hace corramos a abrazar sus ramas. Sabemos que cada fin de año nos lo encontraremos así pero, sin embargo, nos hace desprender una sonrisa de asombro y un pensamiento de alegría cada vez que lo vemos, como si fuera la primera vez.
Hoy, a día 5 de enero de 2011, me siento, por primera vez, a estrecharle la mano al invierno, y descubro que, en efecto, tiene su pequeño encanto. Por supuesto que no estoy dando de lado a mi mejor amigo; la lluvia y el color marrón han sido siempre mi debilidad, pero, ¿por qué he de ceñirme a un solo aroma? Me gusta el chocolate y la vainilla, los pepinillos y los muffins de arándanos, el olor de la lluvia y el del pan reciente, el chirriar de una llave cortando un cristal y el sonido del mar. Me gustan si, las mezclas.
Hay algunas, como el jamón con melón o los brownies con helado de vainilla que nos dejan aquel sabor exquisito, con ganas de más y más. Una caricia para el paladar totalmente irresistible.
Otras, en cambio, ya sea la combinación rosa- rojo o un pastel con zanahorias y anchoas, nos producen una pequeña contracción en la boca del estómago nada agradable. Esa arcada inexplicable e instintiva que se nos escapa a todos cuando se nos presenta en la mesa un gran plato de “sesos de cerdo” o contemplamos la combinación chándal-tacón.
Aunque, no todo el mundo sabe “aliñar” la ensalada a la perfección. ¿cómo preparar la mezcla perfecta? Podemos comenzar probando ingredientes, en pequeñas dosis, repito: PEQUEÑAS dosis. Así, si notas que el asado está demasiado sabroso, “águalo” un poco y si es al revés, que carece de condimento, con un poquitín de sal y alguna especia que otra bastará. Claro que ninguno de notros somos cocineros profesionales, preferimos que nos den el plato ya “preparado”, que nos lo sirvan en la mesa, y solo entonces comenzar a disfrutar de “ese cordero asado”.
A estas alturas sería prácticamente imposible cambiar la mentalidad humana, sustituir el “dámelo hecho y si no me gusta me quejo” por un “yo mismo me preparo mi comida y si sale mal lo asumo o me tomo otra cosa”.
Y si es cierto que no podemos cambiar, ¿qué os recomiendo?
Que viváis, comáis, y respiréis este fragmento de vida al máximo, ya que, nunca se sabe si el entrecot que has pedido va a estar o no a tu gusto.
Y mientras tanto, permanezcamos sentados en la tumbona, con los ojos cerrados, frente a nuestro querido árbol, mientras se va desnudando con movimientos sensuales hasta quedar completamente desnudo y, solo entonces, mirar hacia abajo y ver todas sus ropas en el suelo, ha llegado el invierno amigos, es más, se ha ido y ni siquiera nos hemos dado cuenta.

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