domingo, 9 de enero de 2011

las gotitas de pintura son las que me roban esos "momentos"

Son los intentos de pasar el rato los que describen a la perfección mi día a día.
Es una rutina diaria, que a veces se convierte en enternecedora y fascinante, tanto que, hay puntos en los que me llega a sorprender de verdad. Puedo comenzar haciendo listas, ordenando cajones…. y acabar tumbada en la cama de un lado, creando formas y animales en mi mente con las gotas de pintura de mi pared gris. Me he reído muchas veces de lo tonta que parezco boca arriba mirando al techo, con la mandíbula totalmente relajada y sin tensión alguna en la cabeza. En ocasiones, siento como los pensamientos de mi mente vienen y van, pasan ante mis ojos y yo los elijo, como quien elige una carta para un truco de magia. Hay algunos que desecho enseguida y, sin razón alguna, vuelven a mí, una y otra vez, y hasta que no cojo ese "uno de espadas" no me deja en paz. Miro la carta con detenimiento, me siento completa y absolutamente anonadada ante ella, ese pensamiento me ha hecho recapacitar más de lo que imaginaba, más de lo que quería o deseaba, y no me gusta. Es "malo", "destructivo", y hasta podría decirse que "demoledor". Una idea insana que no merecía ningún tipo de cuidados y atenciones. Pero ya sea curiosidad o masoquismo puro y duro, ahora mismo me siento frente a él, y tenemos tal atracción el uno con el otro, que no consigo despegar los ojos de ese "as". Apenas diez minutos antes de comenzar a perder el tiempo me había hecho jurar y perjurar que era una imagen ya olvidada; sin querer, pensé que había hecho desaparecer aquel comodín , y me había concentrado muy muy mucho para aprender a jugar con una baraja de "treinta y nueve". Pero no funcionaba; masoquismo hasta el final con un toque de melancolía lacrimógena corrieron, en ese momento, por mis venas. Y fue allí, con el pantalón del pijama escocés y la raya de ojos difuminada y esparcida por todo el contorno ocular, y lo que no era ocular, cuando caí en que no podía permitirme ser tan cruel conmigo misma. Hasta ahora, me había dado tan solo "un par de días de vacaciones para reponer fuerzas", sin pensar que, tal vez, necesitaba una "baja por estrés laboral sin tiempo limitado"; y no podía pedirme más, claro que no. Todos hemos deseado alguna vez borrar situaciones o recuerdos en algún rincón escondido de nuestra mente, de lo que no nos damos cuenta es de que, quizás, algunos necesitan más tiempo que otros, y no disponemos de una súper goma de borrar "milan" que no deje marca del escrito y tarde tan solo unos segundos.
Ese mediodía habitual, de monotonía constante, se convirtió, como por arte de magia, en un momento enternecedor y fascinante. Aquel instante, destapó, sin demasiado esfuerzo, la venda que tenía incrustada en los ojos y que hacía, jugara a la perfección a la gallinita ciega. Me hicieron comprender con total sinceridad la validez del tiempo que, sin causa alguna, los humanos poseemos e intentamos controlar y moldear, como si fuera plastilina. Sabía que era el momento perfecto, y recordé que siempre estamos rodeados de "momentos idóneos para hacer cosas". Podía, pues, tomarlo como de costumbre y creerme fuerte y valiente ante una circunstancia ante la que no me sentía para nada preparada, y podía, también, aceptar que aun no lo tenía superado. ¿Qué ganaría: el autoconvencimiento de mi supuesta fuerza moral, o el reconocimiento de la caída por el acantilado?
Quedaría perfectamente bien si ahora mismo os dijera que, cavilando alternativas, opté por levantarme de un brinco de la cama y gritarle a mi lámina de The Beatles que acababa de superar todo, y hacer referencia a ese dicho de "pasar página".
Aquella mañana de domingo nueve de enero, con una torre de cosas que hacer para el día siguiente sin empezar, y un empire state de "soluciones" y caminos que podía tomar, elegí, seguro, la opción menos acertada: me giré, quedando frente a mi pared de "burbujas de pintura gris" y comencé a encontrar "tortugas con pamelas" y "botas haciendo el pino". 

Mi vida estaba llena de momentos perfectos, así que, ya lo tomaría cuando fuera necesario; ¿y hasta entonces? me esperaban miles de tardes, mañanas y noches enteras de pasar el rato de una forma " muy peculiar".

miércoles, 5 de enero de 2011

fragmentos de un todo, cachitos de puzle, piezas de vida.

Llegan luces a nuestros ojos, colores que nos deslumbran, emociones que nos ciegan y alegrías que, apurándolas al máximo, nos hacen vivir. Porque contamos los minutos, los vemos correr, y, a veces, hasta ir hacia atrás. Apuramos al máximo la taza de café, al fin y al cabo, nos ha costado un euro cincuenta, y nos gusta eso de tomarnos la última gota, el último bombón de la caja de nestlé, el posible día final, o el primero, quién sabe. A fecha de frío, nos sentimos bien a la luz del amanecer en un parque inundado de invierno, sin apenas inquietudes, con la mente en color “neutro” y la nariz “fresa ácida”, porque si, somos predecibles, predecibles pero, aun así, auténticamente fascinantes, las hojas caídas del almendro el uno de enero, desnudo y frío, con ese toque atractivo que hace corramos a abrazar sus ramas. Sabemos que cada fin de año nos lo encontraremos así pero, sin embargo, nos hace desprender una sonrisa de asombro y un pensamiento de alegría cada vez que lo vemos, como si fuera la primera vez.
Hoy, a día 5 de enero de 2011, me siento, por primera vez, a estrecharle la mano al invierno, y descubro que, en efecto, tiene su pequeño encanto. Por supuesto que no estoy dando de lado a mi mejor amigo; la lluvia y el color marrón han sido siempre mi debilidad, pero, ¿por qué he de ceñirme a un solo aroma? Me gusta el chocolate y la vainilla, los pepinillos y los muffins de arándanos, el olor de la lluvia y el del pan reciente, el chirriar de una llave cortando un cristal y el sonido del mar. Me gustan si, las mezclas.
Hay algunas, como el jamón con melón o los brownies con helado de vainilla que nos dejan aquel sabor exquisito, con ganas de más y más. Una caricia para el paladar totalmente irresistible.
Otras, en cambio, ya sea la combinación rosa- rojo o un pastel con zanahorias y anchoas, nos producen una pequeña contracción en la boca del estómago nada agradable. Esa arcada inexplicable e instintiva que se nos escapa a todos cuando se nos presenta en la mesa un gran plato de “sesos de cerdo” o contemplamos la combinación chándal-tacón.
Aunque, no todo el mundo sabe “aliñar” la ensalada a la perfección. ¿cómo preparar la mezcla perfecta? Podemos comenzar probando ingredientes, en pequeñas dosis, repito: PEQUEÑAS dosis. Así, si notas que el asado está demasiado sabroso, “águalo” un poco y si es al revés, que carece de condimento, con un poquitín de sal y alguna especia que otra bastará. Claro que ninguno de notros somos cocineros profesionales, preferimos que nos den el plato ya “preparado”, que nos lo sirvan en la mesa, y solo entonces comenzar a disfrutar de “ese cordero asado”.
A estas alturas sería prácticamente imposible cambiar la mentalidad humana, sustituir el “dámelo hecho y si no me gusta me quejo” por un “yo mismo me preparo mi comida y si sale mal lo asumo o me tomo otra cosa”.
Y si es cierto que no podemos cambiar, ¿qué os recomiendo?
Que viváis, comáis, y respiréis este fragmento de vida al máximo, ya que, nunca se sabe si el entrecot que has pedido va a estar o no a tu gusto.
Y mientras tanto, permanezcamos sentados en la tumbona, con los ojos cerrados, frente a nuestro querido árbol, mientras se va desnudando con movimientos sensuales hasta quedar completamente desnudo y, solo entonces, mirar hacia abajo y ver todas sus ropas en el suelo, ha llegado el invierno amigos, es más, se ha ido y ni siquiera nos hemos dado cuenta.