sábado, 27 de noviembre de 2010

pero por favor, que esté helado.

Puede que sea ese cielo púrpura al atardecer, o aquel parque del retiro inundado de hojas anaranjadas por los suelos. Puede que sea el chocolate calentito con nubes y el llevar bufanda, gorro y guantes, pero, en cualquier caso, con manos frías o sin ellas, el calor de mi cuerpo sale, correteando por un campo de amapolas, a velocidades inimaginables.
Después de dieciséis primaveras (y media), empiezo a valorar el verdadero sentido del otoño. Hace apenas un par de años lo odiaba con todo mi ser: no tiene el buen tiempo del verano, ni la nieve del invierno y encima ¡llueve y hace frío! Fue antes de ayer cuando mi nariz se acostumbró al aroma de “tierra mojada” y no se lo quita de la mente,  como cuando canté con ángela “you are my sunshine” en ampliación de inglés y mareaba a todo el mundo las siguientes dos semanas en clase diciéndoles “you make me happy when skies are grey” y mis compañeros querían mandar el “you’ll never know dear how much I love you” conmigo a la basura de una patada.
Últimamente me encuentro bastante preocupada, veréis: creo que he perdido “esa chispa” especial que tenía, o creía tener en momentos de melancolía, cuando me sentaba, aquellas tardes frías y húmedas, frente a un teclado, una hoja y papel o una foto, esperando a que me llegara  la inspiración, así de repente, como por arte de magia, y podía plasmar, con palabras, de la mejor forma posible, nuestras inquietudes, disfrazándolas, siempre, con metáforas (o intentos), para que resultaran irreconocibles.
Últimamente me cuesta más allá de sudor y lágrimas (literalmente hablando) concentrarme en algo “triste” de que hablar. Y será por aquello de que no se escribir y que siempre que lo hago es de lo mismo por lo que estoy así de atrancada. ¿nunca os ha pasado eso de que tenéis tantas cosas en mente, tantas que decir, que se os es imposible reunirlo todo en unas pocas líneas? Yo, he llegado a tal punto de desesperación que tengo una lista de temas que se me van ocurriendo, siempre en el bolso, para no perder cualquier resquicio de imaginación que me venga en cualquier momento , y otra lista, aun más larga, de ideas en mi cabeza entremezcladas entre sí, unas con otras sin llegar a ningún acuerdo mutuo. Se llaman, se reconocen y, hasta pueden entablar una conversación entre ellas, pero nunca se acabarán poniendo de acuerdo.
Por eso es ahora, cuando siento cualquier mínima inspiración, saco mi libreta, y comienzo por temas, este será el orden: big-bang, boomerang, el chirriar de la tiza y el “crash” que suena cuando pisas y rompes un charco de hielo y otros más que se me irán ocurriendo.
Y todo este rollo del olor del otoño y de las ideas os lo intento mezclar, para llevaros a mi mente por un minuto: un pinar de castilla en días de otoño, con ese olor a “tierra mojada” que tanto me gusta y un poco de cielo azul con “nata”. Me siento en el suelo del pinar, y me mancho entera de barro, fíjate que no me importa lo más mínimo, y entonces miro a mi alrededor, aspiro ese día muy  muy profundamente, y descubro que, en efecto, es ahí donde me siento realmente feliz.  Después de todo este tiempo, acabo de descubrir que SOLO necesitaba  “eso”: un frío día, pero frío frío de verdad de, sin duda, desde ahora, mi estación favorita del año: el otoño.

jueves, 25 de noviembre de 2010

dicen que los hexágonos son mejores

Vamos a hablar de triángulos: aquellas figuras geométricas que estudiamos desde los siete años. Todos los conocemos, casi tan bien como sumar y restar. Un triángulo es un polígono determinado por tres rectas que se cortan dos a dos en tres puntos. Sabemos, también de sobra, que hay tres tipos, dependiendo de los lados: equilátero, isósceles y escaleno, los podemos clasificar, nuevamente, por sus ángulos: rectángulo, obtusángulo y acutángulo. Y con toda esta teoría podemos obtener una cantidad limitada de datos.
Hace apenas unos días me vi inmersa en una de estas figuras, estoy casi segura de que era equilátero. Tenía tres puntos, redondos, esféricos perfectos de madera, que coincidían con los vértices, y yo me encontraba en su ortocentro, puede que suene egocéntrico pero, es que en ese instante mi mente movía el triángulo, o, para ser más explícitos, los tres puntitos giraban alrededor de mi, a velocidades inimaginables .
Poco a poco los puntos se iban acercando, lenta lenta lentamente, pero continuada. El espacio en el que me encontraba era cada vez más y más apretado, hasta que tras un eterno segundo, mirara para donde mirara, encontraba una cara familiar cada 120 grados, ¿casualidad? Que va, y no me lo podía creer.
Comencé a dar vueltas y vueltas sobre mi misma, como si estuviera jugando al “pinto pinto colorito”, pero con figuras, claro, solo hablo de figuras, no hay ningún sentimiento de por medio, tan sólo quiero hablar de figuras geométricas ¡porque me encantan las mates!
Supongo que intentaba relajarme y poder eliminar un vértice, el menos especial, el menos “importante”, del que tuviera menos necesidad y no simbolizara (ya) nada para mí. Pero entonces me vi sentada en aquel pupitre de tercero de primaria, en un ¿control? (Creo recordar que se llamaban así por aquel entonces), en primera fila, con el uniforme verde y un boli de “ la barbie” en la mano. La última pregunta del ejercicio-examen: ¿qué distingue a un triángulo equilátero de todos los demás?
Fue ahí cuando caí, honda y profundamente en el quit de la cuestion, solo por una décima de segundo, la necesaria:
No podía deshacerme de ninguno de los vértices, y menos así, sin más, ¿prefería, pues, deshacer mi bonito triángulo en un DINA-3, conmigo dentro, y cambiarlo por... una recta y unos ojos verdes furulando por la cartulina? O, incluso, ¿quitar, también, el otro vértice (ya extremo de segmento) y quedarme con dos puntos(uno sería.. ¿yo?) distantes entre sí sin ningún tipo de intersección entre ellos? La pregunta más bien era ¿seguía siendo el centro? ¿el centro de qué? ¿y si ya no había centro? ¿había desaparecido de la cartulina sin decir siquiera adiós? Si era así, ¿merecía la pena? O mejor dicho, ¿podía esperar a que el “yo ortocentro” y el antiguo vértice “ganador” tuvieran algún tipo de unión en un futuro?
Demasiadas preguntas surgieron aquella tarde nublada, y ninguna respuesta, por lo que, decidí, pasar definitivamente de triángulos y cambiarme a otra cosa, puede que me entienda mejor con otras figuras.

lunes, 8 de noviembre de 2010

fumando los minutos.

Los días son como bombas, bombas nucleares inesperadas, sabes que cualquier día te explota en las narices y tu sin darte cuenta, o, en el mejor de los casos, cuando las conocemos de antes y se nos presentan en el peor momento, ninguna de nuestras salidas perfectamente estudiadas y planificadas nos resulta, y acabamos sangrando y desperdigados todos por los suelos.
Puede que esto os suene demasiado macabro, igual debería “cortarme” un poco, para no asustar a las masas de pasividad , pero qué puedo deciros, nunca llegaremos a conocer con total certeza el futuro, ni la siguiente palabra de una película que hayamos visto lo menos mil veces, ni el instante que viene a continuación, es más, siempre esperaremos que no se ahogue Leonardo Dicaprio y lloraremos cuando suena la última canción y tira el collar al mar. Y es aquí donde quería detenerme.
¿Sabéis? El otro día estaba en clase de filosofía, algo adormilada a decir verdad, tenía que ver sobre todo porque era de las primeras horas y la noche anterior me había acostado a las tantas, ya sabéis, mi vicio de las teclas y mm’s de postre. De repente sin saber porqué se nos planteó un debate, algo que nunca antes me había parado a pensar. Me llamaréis tonta, seguro, es algo tan pero que tan obvio, ante lo que nunca antes había recapacitado, pero que, sin embargo, llamó mi atención de una forma especial : nunca volveremos a vivir cada instante. Y cuando digo esto me refiero a que no volveré a escribir la palabra “palabra” en este mismo momento, al igual que no volveré a sentarme en pijama con el ordenador sobre las piernas y los pies fríos ASÍ nunca más. Y lo dicho hasta ahora y lo vivido y lo sentido y lo explorado y amado, nunca más igual.
Por eso hablo de las bombas, de las bombas nucleares destructoras, las que por mucho que imagines no te esperas. No sé si habéis visto alguna vez en la tele aquellas explosiones de dibujos animados que tenían una especie de cuerda, que se iba consumiendo poco a poco hasta que desaparecía y entonces aparecían los típicos bocadillos de “boooooom” y “baaaaaaaaang” junto con un montón de sonidos fuertes, muchos colores por pantalla y el coyote volando por los aires.
Pues bien, así me sentí yo cuando me contaron que no volvería a vivir una clase de filosofía igual a esa.
Pero dándole más vueltas podemos, junto con todo, sacar un lado positivo de esta vida irrevibible ¿no? ¿nunca os habéis sentido tan pero que tan mal que os han dado ganas de tirar la mesa, saltar hacia el techo y partiros la crisma? Pues podemos pensar que no lo volveremos a pasar, o al menos no de esa manera. ¿será pues, la vida, una serie de acontecimientos, catastróficos, inmejorables e irreversibles que nos lleven a realizarnos? ¿ y cómo llegar hasta el final de la cuerda sin habernos destruido antes?