sábado, 18 de diciembre de 2010

new/s

El tiempo corre por  mi cuerpo: sale, viene y se va; se da un par de paseos y resulta que se da cuenta de que se ha cansado de salir a la calle, así que vuelve, tranquilo sereno y con la mirada firme, me dirige una sonrisa y me declara que está decidido a quedarse de por vida aquí dentro. Entonces le miro, y me río, no se me ocurre otra cosa que soltarle una gran carcajada. Con una risa larga larga, y completante falsa, tal que así: JAJAJAJAJAJAJJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA
El querido reloj arquea una ceja y me dirige, de nuevo, un entreabierto de comisuras, y entonces se la respondo.
Es ahora, cuando puedo percibir suavemente la simplicidad de las cosas, con esa facilidad con la que vienen y van, como los días y las horas y los minutos y la vida. Y lo peor de todo es, que no podemos reprocharles aún nada de nada,  tan solo comenzar a tomarnos a bien todas sus “bromas” de mal gusto:
 Sé que uno de estos días, no dentro de mucho, aprenderé a reír, reír de verdad por cualquier cosa, reír por cosas sin gracia y tirarme por los suelos en aquellas que si la tengan. Un día, dentro de muy muy poco me miraré en el espejo y tan sólo veré a una maría, una maría más divertida y alegre, una maría que no recapacita sobre la vida y no se cree masoquista, quiero pensar en una maría mejor.
Cuando llevas doce días levantándote a las 4:48 de la mañana, sin explicación alguna  y no eres capaz de dormir, es normal que pases esas dos horas y media de “intento de vuelta al inconsciente” dándole vueltas a algo. A mi me vinieron más ideas ciertas juntas que en toda mi vida,  por eso llegué a la conclusión de que había encontrado al fin mi hora, en realidad serían como las 10:48 hora Nueva York.  Esto me hace pensar que puede que mi corazón esté aun allí y mi cabeza no quiera darse cuenta del hecho de que lleva casi cinco meses actuando tan sólo serenamente, pero sí,  claro que lo echo de menos: esos riquísimos desayunos a las 2 y media de la tarde, y el sentirme importante caminando por wall street, con un ID falso en las noches por el soho o tocando “pitos” en un bar de jazz de harlem. Creerme carrie bradsow en “sex and the city” por la 5th avenue con un corwin que traía el coche para llevarnos a nosotras y nuestras bolsas, y los picknicks ¡oh si! Y esa melodía especial que tiene central park y los fuegos artificiales, y las luces de la noche desde el brooklyn bridge y la emoción de coger “la bola” en el partido de los jankees. Eso era risa pura amigos, risa pura y vida eterna de un mes,  y  por supuesto que quiero recuperarla.
Dentro de unos 210 días volveré a ese éxtasis de la felicidad, en poco más de medio año podré tirarme por los suelos de la diversión y caminar hacia  casa con una sonrisa muy tonta en la cara. Para este verano regresaré a mi mundo eterno si, pero  resultaba que igual no podía esperar tanto.
En la noche número 11, cerca ya de las siete de la mañana, fuera por la luz, fuera por la fiebre o por el sonido del clínex rozando mis fosas nasales, comprendí que no debía esperar al encuentro con “mi dulce nueva york” porque  mi alegría ya estaba en Madrid, aunque ella aun no lo sabía: había tardado cinco meses en atravesar el Atlántico y en situarse justo en frente de mí, de un momento a otro cruzaríamos, ella y yo, nuestras miradas, penetraría en mí, y recuperaría, al fin, esa alma que creía ya perdida.
 Estaba. Sabía que estaba en pie, había vuelto a mis brazos, o más bien, yo me había lanzado sobre los suyos, la felicidad y yo volveríamos a ser como uno.
Quería ser optimista ese amanecer de jueves, al fin y al cabo, se trata de la nueva maría de quien hablamos.

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