viernes, 23 de diciembre de 2011

"encantada"


Llevabas años y años dedicado cien por cien a ella: lijándola, dándole cera, pintándola y sacando brillo a su pomo dorado durante todos los días.
Habías probado todas las técnicas de limpieza y colores: naranja, amarillo, violeta, rosa…, pero, al parecer, lo básico no parecía combinar contigo.
Cambiaste con los ácidos: amarillo chillón y verde fosforito parecían ser perfectos. Así, el color atraería a una persona distinta cada día, a la que, por supuesto, no volverías a ver nunca más. El juego era divertido, pero no acababa de complacerte del todo.
Por eso, más tarde (y por desgracia), tu puerta pasó a ser pintada de colores más cálidos (el magenta, el gris oscuro y hasta un marrón casi negro fueron los protagonistas de tu casa por mucho tiempo), época en la que el sollozo invadía tus largas noches.
Desesperado ya, probaste a dejarla transparente, pues por esa simple regla de tres, todo te debería resbalar.
Pero, trágicamente, tampoco fue una buena idea, ya que, al no poder "verla", chocabas contra ella cada vez que querías entrar y salir.
Tan desesperado estabas, que por una temporada hasta llegaste a aceptar el consejo de tus padres, les dejaste elegir el color, pero, evidentemente, no permitiste que ese "pistacho-amarillento" durara demasiado.
Tus amigos, preocupados, decidieron ayudarte con la pintura, y eligieron, para ti, un rojo pasión muy intenso. Por un tiempo, hasta estuviste de acuerdo con ellos, pues te satisfacía. La puerta estaba "viva" y "fuerte", se movía con total ligereza y no podías parar de mirarla fuera hacia un lado o hacia otro; pero, por alguna extraña razón, sus clavijas acabaron encajando mal, y tuviste que deshacer el trabajo hecho.
a estabas cansado, te dolían los dedos y la espalda, y tus brochas habían quedado totalmente destrozadas. Te desanimaste tanto que llegaste a pensar que nunca encontrarías tal color, y, ya fuera por misericordia o por clemencia a ti mismo, echaste la llave y te olvidaste del color para siempre.
Tanta fue tu desolación, que decidiste instalar una escalera exterior que fuera directamente desde tu habitación hasta la calle, y así no tendrías que volver a pasar por delante de ese "gran desastre de pintura" . No parecía ir mal, de hecho, te acostumbraste demasiado bien a ese nuevo modo de ser, donde tu vida sentimental se reducía a los libros de crepúsculo y los culebrones de tu abuela.
Pero, aunque no lo supieras, habían pasado los días, y las estaciones habían hecho marca en tu puerta; y ya fuera por la lluvia y el viento, el canto de los pájaros, o por los excrementos que los animales habían dejado de regalo, un día de verano, mientras desayunabas "chocofiskis" tu timbre sonó. Primero te sobresaltaste, y pensaste que habría sido fruto del viento, por lo que no le diste demasiada importancia.
A los pocos días, volvieron a llamar, y esta vez, aunque con un poco de miedo en el cuerpo, decidiste bajar las escaleras que comunicaban con la entrada. Pero, una vez en frente, te acobardaste y no te atreviste a abrir. En lugar de eso, tiraste un jarrón hacia la puerta, como para espantar a lo que sea que hubiera fuera, y subiste corriendo a tu habitación para esconderte debajo las sábanas.
Pero tu desdicha no acabó ahí, ya que quien quiera que fuese no dejó pasar ni dos horas para volver a intentarlo y llamar a tu puerta.
En tal situación tenías tan sólo dos opciones, y además, ¿qué podría pasar por abrir la puerta?
Un par de segundos más tarde tomaste, la que se puede decir, la mejor decisión de tu vida y, por una vez, te armaste de valor y echaste a patadas tus miedos:
Lo viste, y puedes decir con total certeza que era el color más bonito que jamás habrías imaginado: azul-púrpura y color amanecer eran sin duda, algunos de sus tonos base.
Y en el suelo una nota: "encantada"
Todo parecía bastante extraño, ¿quién te habría escrito eso? ¿y esa puerta? ¿quién la habría dejado así? Pero miraras dónde miraras no había nadie.
Más extraño fue, aún, lo que ocurrió a continuación: al cerrar la puerta, y entrar en casa, algo te invadió por dentro, y parecía no soltarte.
Eran canciones mezcladas, fotos tuyas sonriendo, viajes y recuerdos de momentos inolvidables que aun no habían sucedido.
Era un ser nuevo dentro de ti, que jugaba con tu tripa haciéndote cosquillas y que no te quería soltar. Unos brazos que se unían a tu cuello y una mano que siempre te daba calor, era un olor a galletas recién hechas. Eran, también, momentos de enfado y miedo, una unión entre amor y pasión, un niño correteando a tu alrededor rogándote jugar al "pilla-pilla", un contrato de permanencia y el imaginar una eternidad en ese estado de edén. La nota, misteriosamente, había desaparecido y, en su lugar había dejado pintado todo tu ser de ese color "encantada", del que no querrías deshacerte jamás.