martes, 19 de abril de 2011

MADRID, con prisa.

Él estaba ahí parado, quieto e inmóvil, creo que casi ni respiraba. Sonreía, le veía sonreír. Movía fugazmente las hojas de su periódico mañanero, y parecía de veras divertido, como si lo que leyera le estuviera produciendo tal entretenimiento. Me sentía atraída por ese espécimen,  era intuitivo y casi un acto reflejo fijarme en él, me daba hasta vergüenza que me viera mirándole, ¿pensaría que era una psicópata? Yo apartaba la mirada de vez en cuando, y contaba dos segundos para volverle a mirar y que no pareciera demasiado… ¿raro?
Estaba tan concentrada en sus manos que no lo vi llegar, pero os advierto que merecían la pena, eran fascinantes también: sus dedos se movían con una delicadeza que jamás había visto antes en nadie, parecía estar tocando el piano. Pero, de repente, algo me hizo pegar un brinco del asiento de metal, y sin quererlo, se lo llevó del otro andén, como si nada. Intenté buscarlo con la mirada a continuación, pero ya era demasiado tarde, mi cara de "soy un perrito abandonado y quiero que me adoptes" se incrustó en mi unos cuantos minutos. Y luego, hice todo lo que tenía que hacer: subir al metro y bajarme en la parada que me correspondía. Pero en  todo ese trayecto con "carita de pena" estuve pensando en si debería o no haber abandonado mi cita con quien fuera, haberme cambiado de vagón y haber intentado observar más de cerca a ese espécimen tan peculiar, quizás hasta hubiera entablado conversación con él, quién sabe.
Pero, ya fuera  por mi indecisión, la falta de tiempo, o cualquier otra razón que por supuesto desconozco, no lo hice. Y me estuve arrepintiendo todo el trayecto y las próximas cinco horas que me esperaban. Bajando por las calles de Madrid, me pasó algo extraño, era una tontería, pero que hasta hoy ni me había parado a pensar. La gente iba acelerada, subían escaleras, las bajaban, corrían desesperados a coger un autobús que volvería a pasar en dos minutos. Eran hombres preocupados, hombres de negocios, y mujeres que se mataban por dejar a los niños en una guardería. Eso sí, todos trajeados. Estaban los que llegaban tarde porque no les había sonado el despertador  a la hora, o los que habían pillado atasco. Llevaban paquetes, bolsas, maletines y demás aparatos con aspecto "valioso", llegué a pensar que  todas aquellas personas corrían por miedo a ser atracados,  al fin y al cabo, podía ser, ¿verdad?
Ya estaba  casi llegando a Plaza de España cuando me dio por mirar al suelo, miré hacia abajo y me asusté:  aunque iba con tiempo de sobra, llevaba ropa totalmente informal, no me había levantado tarde, no llevaba nada valioso salvo el bono-metro y no tenía ninguna preocupación laboral, efectivamente, iba corriendo. 
Me paré bruscamente y provoqué un pequeño atasco: una cadena de personas concentradas en sus apuntes, blackberrys y videoconferencias  descargaron su ira contra mí, ¿que cómo me atrevía a parar la circulación normal de la calle? Una pequeña carcajada se me escapó, creo que se pensaron que me reía de ellos; esto hizo que se enfadaran más conmigo, pero, milagrosamente, estaban demasiado ocupados como para entretenerse echándome una bronca sobre "modales".
Entonces me acordé de las manos de aquel hombre, me le imaginé tocando un paraelisa, tranquilo y relajado, sin agobios externos de un puñado de gente tomando café starbucks, mientras están "conectados" a cincuenta redes sociales, comiendo por la calle y dejando a su pareja por teléfono mientras le explicaban a su jefe la nueva campaña por la otra línea, porque, claro, no tenían tiempo.
No tenían T-I-E-M-P-O.
Sabéis de qué hablo, ¿a qué sí? Me dieron pena, mucha más que el negrito que se ganaba la vida repartiendo propaganda de la nueva línea de depilación "no más pelos", y más que el sin techo asentado en su tienda de campaña al lado de los cines "callao". ¿qué clase de personas eran?, mejor dicho, ¿qué clase de personas somos? 
Pero mi estereotipo de perfección no, él seguía en su estado de máxima concentración tocando el piano sin agobios. Por desgracia la imagen no permaneció demasiado en mi cabeza, además, ya estaba llegando a mi destino.
Por mucho que lo neguemos, ese rollo neoyorquino ha aterrizado demasiado pronto, y sin previo aviso. No me malentendáis, me encanta la tarta de manzana y el montar en bicicleta por central park, las grandes vistas y las buenas panorámicas, pero que nos gusten sus películas no quiere decir que tengamos que convertir las calles en avenidas de repente. Y aunque lo hiciéramos, podríamos seguir jugando con nuestras veinticuatro horas a la perfección sin necesidad de sobreexplotarlas.
En cualquier caso, supe, al instante, que no quería acabar así, no quería ser así, empezaría por hacer desaparecer mi móvil, tendría uno únicamente para cosas urgentes, llamadas importantes y poco más, pero nada de 3G, wii-fi ni ninguna de esas mierdas. Y quién sabe, tal vez el siguiente paso sería dejar de comprar en inditex, o simplemente dejar de comprar innecesariamente. Acabar con el café por 6 euros parecía un reto fácil, y desechar los cascos para que cuando vaya por la calle, VAYA POR LA CALLE DE VERDAD, también sería algo posible. 
Ya os lo dije al principio, y os lo digo ahora: soy rara, no intentéis tratar conmigo o acabaré por desilusionaros, porque, por mucho que lo intentéis, no consentiré ser arrastrada, Madrid tiene prisa, y no formaré parte de ella.

2 comentarios:

  1. ¡Va saliendo! y yo que me alegro, oye.
    Un abrrazo y ¡¡¡Feliz cumpleaños!!!
    Mila

    ResponderEliminar
  2. Si de verdad dejas tu móvil a un lado me asustaré y mucho xD

    ResponderEliminar