lunes, 8 de noviembre de 2010

fumando los minutos.

Los días son como bombas, bombas nucleares inesperadas, sabes que cualquier día te explota en las narices y tu sin darte cuenta, o, en el mejor de los casos, cuando las conocemos de antes y se nos presentan en el peor momento, ninguna de nuestras salidas perfectamente estudiadas y planificadas nos resulta, y acabamos sangrando y desperdigados todos por los suelos.
Puede que esto os suene demasiado macabro, igual debería “cortarme” un poco, para no asustar a las masas de pasividad , pero qué puedo deciros, nunca llegaremos a conocer con total certeza el futuro, ni la siguiente palabra de una película que hayamos visto lo menos mil veces, ni el instante que viene a continuación, es más, siempre esperaremos que no se ahogue Leonardo Dicaprio y lloraremos cuando suena la última canción y tira el collar al mar. Y es aquí donde quería detenerme.
¿Sabéis? El otro día estaba en clase de filosofía, algo adormilada a decir verdad, tenía que ver sobre todo porque era de las primeras horas y la noche anterior me había acostado a las tantas, ya sabéis, mi vicio de las teclas y mm’s de postre. De repente sin saber porqué se nos planteó un debate, algo que nunca antes me había parado a pensar. Me llamaréis tonta, seguro, es algo tan pero que tan obvio, ante lo que nunca antes había recapacitado, pero que, sin embargo, llamó mi atención de una forma especial : nunca volveremos a vivir cada instante. Y cuando digo esto me refiero a que no volveré a escribir la palabra “palabra” en este mismo momento, al igual que no volveré a sentarme en pijama con el ordenador sobre las piernas y los pies fríos ASÍ nunca más. Y lo dicho hasta ahora y lo vivido y lo sentido y lo explorado y amado, nunca más igual.
Por eso hablo de las bombas, de las bombas nucleares destructoras, las que por mucho que imagines no te esperas. No sé si habéis visto alguna vez en la tele aquellas explosiones de dibujos animados que tenían una especie de cuerda, que se iba consumiendo poco a poco hasta que desaparecía y entonces aparecían los típicos bocadillos de “boooooom” y “baaaaaaaaang” junto con un montón de sonidos fuertes, muchos colores por pantalla y el coyote volando por los aires.
Pues bien, así me sentí yo cuando me contaron que no volvería a vivir una clase de filosofía igual a esa.
Pero dándole más vueltas podemos, junto con todo, sacar un lado positivo de esta vida irrevibible ¿no? ¿nunca os habéis sentido tan pero que tan mal que os han dado ganas de tirar la mesa, saltar hacia el techo y partiros la crisma? Pues podemos pensar que no lo volveremos a pasar, o al menos no de esa manera. ¿será pues, la vida, una serie de acontecimientos, catastróficos, inmejorables e irreversibles que nos lleven a realizarnos? ¿ y cómo llegar hasta el final de la cuerda sin habernos destruido antes?

1 comentario:

  1. Muy profunda la reflexión y muy buena. Es preciso que lo recuerdes cuando estés mal (te aliviará pensar que todo pasa) y cuando estés bien (para que valores las cosas y los vivas más intensamente: al fin y al cabo... en eso consiste vivir.
    Un abrazo.

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