domingo, 19 de septiembre de 2010

i see skies of blue... clouds of white

Podría cansarme y cansarme de cantar esa canción, que cada vez, como la primera, suscita algo nuevo en mi.
Las heladerías cierran y los atardeceres son más y más cortos. Las carpetas de colores vuelven a estar de moda y el desempaquetar libros ya no es tan satisfactorio, pero el cabrearse con el ratón del ordenador no suele ser la solución, pero puede que si el problema.
Se sienten como un abanico en un día caluroso de verano, refresca, pero no enfría.
Alguien me dijo un día que me fijara en el mar, que tenía un poder sobrenatural, bueno, quizás no me lo dijo nadie, solo lo pensaba yo y quería parecer interesante en este escrito. El mar no nos defrauda, permanece siempre ahí, en cualquier estación de año, en cualquier día y hora, y, de hecho, en la mayoría de las americanadas en las que “alguien sufre” ¿a dónde va? Al mar, a la orilla de la playa a llorar y desahogarse y, curiosamente, luego se siente mucho mejor. Ahí si tenemos la clave, un abismo de diferencia entre la ficción y la realidad. En la vida real tu no vas caminando por la orilla llorando en la otra punta del planeta de tus seres queridos, miras hacia atrás y aparece orlando bloom, sudoroso, sin zapatos, con la camisa desabrochada, el pelo impecable y los dientes “profident” suplicándote que le perdones, que quiere estar contigo .
Puede que solo sea un prototipo de tranquilidad y melancolía, pero a mi me gusta, el mar es “chachi”. Me gusta el vaivén de las olas, la espumilla blanca que te llega a los pies, me gusta cuando dibujas algo en la arena, con la esperanza de que permanezca allí, que vengan las pequeñas olas y les des patadas para que no lleguen a tu”obra de arte”, y que por algún casual, hayas tenido la esperanza de que no iban a llegar, que se iba a quedar ahí. Me gusta ver a los pequeños correteando y llenándote la toalla de arena, y caminar, ¡oh sí! caminar a las siete de la tarde por esa playa San Lorenzo escuchando “what a wonderfull world” creyéndome estar en el clímax del peliculón de año, con un vestido largo y la melena al viento.
Es posible que tan solo me guste soñar, a quien no. Evadirnos al magnifico paraíso donde nos hacemos pequeños directores de una inmensa eternidad.
Nuestra vida es pedir, si nos fijamos bien, desde el mismo día que nacemos nos convertimos en “mimados caprichosos”. Nos pasamos más del 90% de nuestro tiempo pensando en nosotros, y el otro 10% rezamos para entablar conversación con alguien y poder, de nuevo, ser el centro de atención.
Me gusta coleccionar conchas rotas.
En mi opinión la perfección es excesiva, e irreal, o al menos eso me quiero pensar. Pasamos la vida, inútilmente, buscándola, como aguja en un pajar, adorándola platónicamente y llorándola, una vez “maduros”¿?.
La perfección, ¿qué es realmente eso? Podemos encontrar ¿el acompañante perfecto? ¿el piso perfecto? ¿el vestido perfecto? ¿la vida perfecta?
Yo odio, la odio, por el mero hecho de no pertenecer a nada, ni a nadie.
Por las horrorosas circunstancias que te llevan a verla en sueños, surrealistas, por supuesto, pero por alguna extraña razón ocupan un lugar en tu mente imborrables, por eso la detesto, también.
Creo no saber mucho sobre la vida, pero quizás lo suficiente para intentar opinar sobre ella y decir que en realidad es una “gran broma pesada” de la que deberíamos reírnos. Reírnos a carcajada limpia y sin “tomárselo muy enserio”.
¿pasemos de la perfección? Busquemos nuestra propia perfección y conformémonos con la calma, ese sería un buen consejo, una pena que yo no os lo pueda dar.
Seguid buscando, puede que algún día aprendamos todos a manejarla, a esa cosa tan abstracta que llamamos vida, o mejor aun, a copiar los que parecen “felices”.

2 comentarios:

  1. Tu primer fan y el primer comentario en tu primera entrada, ya haré publicidad al blog ;)

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  2. bieeeeeeeeeeeeeeeeeeen, aunque no vale nada eee

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